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EL RATÓN ROMAN

¡Cómo corría en sus cuatro patitas hacia su pequeño auto! El ratón Román se veía perseguido por una enorme ola subterránea.

Luego de doce horas de lluvia, la ciudad recibía el líquido celestial llenándose por todos lados hasta comenzar a vaciarse por todas partes. El ratón Román se encontraba comprando los boletos para la ópera cuando esuchó la voz de alarma.

-¡Arriba! ¡Arriba!¡Todo el mundo!

-¿Qué sucede? –se preguntaron todos.

-¿Colapsó la alcantarilla! ¡Todo se rebalsa!

Y efectivamente, un rumor y luego el estampido anunció la llegada del agua a este pasaje que los obreros construyeran hace unos meses. El ratón Román fue uno de los que presenció la obra de ingeniería y acostumbraba a recorrerlo para llegar al cine, al teatro y al dentista. Pero ahora el paseo se transformaba en una pesadilla.

-¡Arriba!¡Arriba! –anunciaban por el altavoz, agitándose sobre el agua la caseta de la guardia como un bote improvisado.

Román veía su automóvil a pocos metros. Subirse y sentir que era levantado por el agua fue todo uno. Se había salvado, sin embargo, era una náufrago a la deriva. Activó los controles de emergencia y el auto quedó transformado en el balleauto que le prometiera su mecánico. Como un anfibio cruzó los túneles impulsado por la fuerte corriente. ¡Cómo parar! Ni pensarlo. Lo importante era mantenerse a flote y salir por algún lado.

De pronto, una ratita colgada de una rejilla se agitaba violentamente. Tal vez gritaba, pero el ruido del agua impedía escucharla. Su única esperanza parecía acercarse con el balleauto.

Román preocupado de la navegación no se dio cuenta de lo que ocurría, hasta que sintió un fuerte golpe en el techo. Inquieto se quedó mirando hacia arriba en espera de que se abriera un agujaero y entrara el agua, terminando con su buena suerte. Pero en vez de eso, sintió un nuevo golpe y vio una cola resbalar por el vidrio.

-¡Hay alguien! –se dijo Román y bajando la ventanilla sacó sus brazos. Tocó algo y sin pensarlo lo arrastró hacia dentro.

Empapada y temblando de miedo y frío. Una hermosa ratita le dio las gracias.

-¿Cómo te llamas? –preguntó Román.

-Tita.

-No temas, Tita. Ya estás a salvo –habló él, recibiendo por respuesta una tierna mirada y un beso junto a su bigote derecho.

Román se sintió envuelto en un sopor extraño. Cerró los ojos y cuando los abrió, se vio sentado en una cama balanceándose rítmicamente.

Había llovido toda la noche y su casa estaba inundada. Rápidamente debía salir o moriría ahogado. Olvidándose del sueño, se tiró d ela cama y nadó hasta la puerta. Al abrirla, un fuerte estampido le hizo retroceder. Tomó nuevas fuerzas y siguió nadando hasta llegar a la cochera. Ahí estaba su balleauto, es decir, el nuevo modelo de auto flitante que a causa d elas grandes lluvias produjera la industria automotriz.

Luego d edos horas Román continuaba navegando por las inundadas calles d ela ciudad. Era increíble ver cómo el agua cubría las plazas, los árboles, los autos y las casas.

Pero de pronto vio una figura que hacía señas desde un tejado. Román dirigió el balleauto hacia la casa. Cuál sería su sorpresa al ver a la misma ratita de su sueño. Muy rápido la tomó en sus brazos y la ayudó a entrar al balleauto.

Estaba helada, empapada y temblando. Ni siquiera podía hablar del susto que sentía. Sólo miró a Román y esbozó una tibia sonrisa.

-¿Cómo te llamas? –preguntó él.

-Tita –murmuró ella.

Entonces él sonrió y le dijo:

-No tengas miedo. Ahora estarás bien. Yo te protegeré siempre.

Tita le sonrió y le dio un beso junto al bigote derecho.

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